Voces



I.

Unos deliciosos golpes en la zona abdominal hacen caer por la mejilla de Gloria una lágrima. Esos golpes eran señales de que estaba vivo. Les quedaba poco tiempo. Ella quería recordar esas vivencias, quizá sería lo único que pudiera trascender de él. Por ahora estaba a salvo en un lago de líquido amniótico, le llegaba el aire a través del cordón umbilical. Pero, ¿qué sucedería después?

II.

Apenas había llegado a La Casa, habían subido a rastras a Gloria por la escalera. Una mano le apuraba el paso:

-No te hagas la viva, que soy un caballero, y te estoy tratando bien. – Decía una voz tosca. -¡Movete, carajo!

A duras penas, Gloria había logrado subir el último peldaño; tenía los ojos vendados.

–Esperá acá, y no te muevas hasta que yo te diga, ¿entendiste, piba?- dijo la voz.

Tras un lapso de quince minutos, la misma mano, la agarraba del brazo, y la arrastraba hasta que le dijo: - ¡Sentate!.

Gloria quedó esperando, mientras oía murmullos y gritos provenientes de la planta baja.

-¿Querés agua?- dijo otra voz, con un tono más amable. Gloria asintió con la cabeza, y le alcanzaron un vaso.

-Nosotros somos caballeros, y somos considerados con una mujer en tu estado, aunque ya te habrán dicho que somos unos monstruos, ¿cómo te sentís?

-Mejor, gracias- balbuceó Gloria con el poco aliento que le quedaba.

-Soy el Teniente Vargas. ¿Cómo te llamás?

-Gloria.

-Muy bien, Gloria, yo creo que vamos a entendernos muy bien vos y yo. Si vos me decís los nombres, te doy mi palabra que voy a hacer lo posible porque tu estadía con nosotros sea lo más cómoda posible.

-¿Qué nombres?

El Teniente Vargas levantó el tono de voz.

-Te traté bien, piba, y ¿así me pagás? ¿Me creés estúpido? – A continuación le gritó.

-Te doy una última oportunidad. Dame los nombres.

Gloria permaneció en silencio.

-Vos elegiste, piba- Unos pasos le indicaron que el Teniente Vargas se había retirado.

No habían pasado ni cinco minutos cuando la voz anterior le gritó -¡Arriba!- arrastrándola nuevamente del brazo. Gloria le seguía el paso y penetraron en otra sala. La mano la soltó abruptamente. -¡Desvestite, que no tengo todo el día, carajo!
Una vez desnuda, Gloria sintió nuevamente los pasos del hombre que se alejaba.

III.

Gloria quedó sola por varias horas. Tiritaba de frío, y se había acurrucado en un rincón. Ya casi había perdido la noción del tiempo cuando sintió un golpe en la puerta.

-¿Tenés frío, Gloria? – reconoció la voz del Teniente Vargas.

-¿Sabés qué tengo en la mano? Una manta Aurora, que traje de casa, ayer la compré para vos, pensé que te haría falta, ¿querés tocarla?

Gloria estiró la mano para tomar aquel preciado tesoro que Vargas le ofrecía. Pero apenas tuvo contacto con la manta, él la retiró.

- Si querés la manta, decime los nombres.

Gloria permaneció en silencio.

-Tengo una manta muy linda, muy linda y muy suave- cantó el Teniente Vargas.

-¿La Señorita cambia manta por nombres?.

Ahora Vargas montó en cólera.

-Vos sabés que acá, tiempo es lo que nos sobra, piba. A ver, ¿qué ganás haciendo silencio? Vos me das los nombres, y la pasás mejor.

Gloria tembló pero no dijo una palabra.

-¡Está bien! Pero recordá, Gloria que vos elegiste.

-¡Cayosa, vení!-gritó Vargas.

-¡Sí, mi Teniente! – Gloria reconoció la voz de antes.

-¡Prepará el terreno!

-¡Sí, mi Teniente!

Otra vez, del brazo y por la fuerza, Gloria fue arrastrada, desnuda, y depositada en una camilla. A continuación sintió que la sujetaban con esposas, y la inmovilizaron con cuerdas.

-Mi Teniente, ¡todo listo!- dijo el oficial Cayosa.

-Muy bien, muy bien – en tono de burla dijo ahora a Gloria - ¿Estás cómoda?

Gloria hizo silencio.

-Gloria – dijo Vargas suavemente, mientras le acariciaba la mejilla - ¿no preferirías decirme los nombres?- Las caricias a Gloria le resultaban repulsivas. Vargas siguió tocando su rostro.

- Sh… decime los nombres, es un secreto entre vos y yo.

-¡Muy bien! Se ve que estas putas gozan de que las maltraten. ¿Viste Cayosa? Les das amor, y te lo escupen en la cara, qué las parió! ¡Dale tres tandas de veinte, carajo!.

Gloria recibió los tres shocks, uno a continuación del otro.

-Por hoy, terminamos- dijo Vargas y se retiró.

IV.

Una mañana, Gloria se despertó con contracciones. Al principio, eran muy esporádicas, por lo que sus captores no repararon en ella. Pero, a lo largo de la jornada, ya no pudo soportar el dolor. El Oficial Cayosa, con una piadosa compasión ese día le alcanzó una bata para cubrirse, y la arrastró escaleras arriba, y la llevó Vargas.

-¡Teniente! ¡Llegó el momento! -

Gloria fue arrastrada a una camilla.

-No somos animales como vos creés, te vamos a sacar la venda- dijo Vargas.

Gloria abrió los ojos y vio un médico y una partera listos para asistirla.

El parto duró cuatro horas. La mujer que la asistió tuvo un dejo de sensibilidad y le informó que había nacido una niña.

-Se llama Sol. ¿Me permite ponerla en mi hombro?

-¡Sólo un momento, porque me la tengo que llevar!

Gloria sintió ese calor de su pequeña… el olor a su piel, le acarició la cabeza…

-¡Suficiente!- gritó el Teniente Vargas, que había entrado.

-¿Por qué me la sacan? – gritó Gloria, desesperada.

-Tenés que descansar- pareció conmoverse la partera.

- ¿Después la puedo ver?

No obtuvo respuesta.

V.

Gloria tiritaba de frío. Otra vez le habían vendado los ojos. Tenía los pechos hirviendo, por estallar.

Cuando el Oficial Cayosa le hizo la visita de control Gloria le preguntó por Sol.

-La beba está muy bien. Piba, esta guerra nos es contra los niños.

-¿Cómo va estar bien si tengo que amamantarla?

-No te preocupes por eso. Ella estará bien cuidada, y alimentada. Va crecer en una familia como Dios manda, no en una ratera de comunistas.

-¿Puedo verla?

-¿Estás sorda? Te dije que la beba está con su familia.

Gloria se quedó con los pechos llenos y las manos vacías.

Anna Donner © 2009

HacerSE mujer


Prólogo.
"Una mujer no hace; se hace." Simone de Beauvoir.

I
Clara no puede dejar de preguntarse cómo hubiera sido vivir con Edipo. ¿Cómo hubiera sido tener un padre?
La única y lejana respuesta a su pregunta se la había proporcionado su abuelo Iván. Es que su padre biológico siempre había estado en la luna de Valencia, y Clara no había conocido otra cosa. Para ella, esa había sido una situación normal, mas resulta comprensible.
La infancia de Clara, pues, no había sido precisamente un remanso, pero tampoco habían existido grandes problemas. Clara sí recuerda, que su madre siempre gritaba. Y muchas veces la había oído llorar. A pesar de eso, el vínculo con su madre, siempre había sido muy fuerte.
De todos modos, Clara piensa que podría haber sido peor. El la casa de su amiga Gabriela todo era una aparente paz y tranquilidad, pero su castración fue infinita. Es entonces que Clara agradece a su madre no haberla aniquilado. A Gabriela no la dejaban salir, ni usar minifaldas, ni ir a bailes, siempre estaba controlada por su abuela católica conservadora. Pobre Gabriela, aún paga las consecuencias de tan nefasto martirio.
II
Es que es difícil nacer mujer. Aún hoy, en pleno siglo XXI. Resulta triste, mas las sociedades siguen castradas e impartiendo que el sexo en las mujeres es libidinoso, propio del Diablo, defendiendo por el contrario modelos obsoletos de familia y moralidad.
III
Un día, Clara estaba sola en la cama de su abuela y descubrió unas cosquillas muy placenteras. Tenía cinco años. Cuanto más apretaba las piernas, más lindo sentía. ¿Qué era "eso"? Pero Clara no entendía, cómo después de ese instante sublime, a pesar de querer seguirlas sintiendo, las cosquillas se habían ido.
En una ocasión, su madre la descubrió. Sin darle explicación alguna, le dijo que no hiciera más "eso", que estaba mal. Su madre le había dado, pues, un mensaje siniestro.
IV
Así son casi todas las historias de las mujeres. Nacen para disfrutar de los placeres del sexo, pero su entorno las fulmina y las amputa.
Es un Derecho y una Obligación que todas las mujeres gocen de una sexualidad plena. Para tal fin deben recorrer el camino de La Superación de la Autocastración, misión complicada pero no imposible.
V
La madre de Clara no le advirtió que su cuerpo estaba cercano de sufrir algunos cambios. Clara vivía aterrada puesto que a sus oídos llegaban siniestros relatos: "No te vayas a descuidar, ¡mirá que Daniela estaba parada en el pizarrón y comenzó a chorrearle una cosa roja y todos se rieron!"
VI
El varón, por su condición de macho, no la tuvo difícil. Estaba muy bien visto su debut, preferentemente a los trece, incluso el propio padre llevaba a su hijo con una profesional del amor, lo esperaba fuera, y lo aplaudía al salir.
VII
Clara había entrado en la secundaria. Sus amigas hablaban de "eso" como lo peor, lo más insano, una especie de peste negra de la cual había que salvarse a toda costa, puesto que los pobres
infelices que habían perecido no tenían retorno y habían quedado manchados para siempre.
Un día, recién cumplidos sus trece, Clara vio por casualidad una revista pornográfica. Las imágenes la aterraron por completo, ella no tenía la menor idea de qué se trataba tal cuestión. Pasaban las horas, y las imágenes la perseguían. Clara estaba segura de que había caído en el camino del Diablo, y que tampoco ahora ella tendría retorno. ¡No se salvaría del infierno! La angustia le era insoportable. Se sentía sola y desamparada.
VIII
Qué terrible resulta para un adolescente no tener un referente. Pero Clara sobrevivió. Mucho tiempo después, cuando tuvo su primer novio, comprendió que todo se trataba de las dulces cosquillas que había conocido en la cama de su abuela. Así Clara decidió, que cuando ella tuviera hijos propios jamás pasarían por ese calvario.
Reconstruir el camino del sexo, para Clara fue un desafío, pero no se engaña. Otras mujeres no tuvieron su misma suerte. Las hay montones que sufrieron de los estragos de la educación sexista. Las cosas deben de ser llamadas por su nombre. A los niños se les debe explicar con claridad su rol sexuado y no reprimirlos.
IX
Gabriela nunca había tenido un orgasmo y se casó virgen. Ni se le había ocurrido transgredir las normas impartidas por su castradora abuela. Su matrimonio fracasó.
Epílogo
"La mujer es dueña de su cuerpo y de su placer". Simone de Beauvoir.
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