La cena.



- ¡Estoy cansado! – Francis llegó a casa y cerró la puerta. Su esposa Mabel le quitó el abrigo de inmediato, colgándolo en el perchero dispuesto en la sala para tales menesteres, y le alcanzó las zapatillas.

- ¿La cena? - Comenzaba a sentirse nervioso. - ¡Ignacio! ¡Silvia! ¿Por qué todavía no pusieron la mesa? - los interrogó fulminante su madre.

El jefe de la familia tomó su lugar a la cabecera, sin pronunciar palabra. Tenía el ceño fruncido, sus mejillas estaban coloradas, y los dedos golpeaban firmemente la tabla de madera, en intervalos de una corchea.

Mabel se metió para adentro de la cocina. Su marido había llegado demasiado temprano, no le había dado el tiempo de terminar el estofado, las papas aún se estaban guisando, en otra olla se rehogaban la cebolla, la carne y el tomate. Los niños fueron atrás de ella. Sin hablar, sacaron los platos del armario, los cubiertos del cajón, los vasos del escurridero, y volvieron a la sala. Silvia se disponía a colocar el mantel, pero se detuvo en seco: - ¡Está sucio! – le gritó su padre.

La niña palideció, y volvió aterrada a la cocina. - ¿Qué esperás, mocosa? – le gritó Mabel. – ¡Si no fuera por culpa de ustedes, ya estaríamos cenando!. Apagó el fuego, y coló las papas tan rápidamente, que parte del agua hirviendo cayó sobre su mano. Desesperada de dolor, la mujer se puso un trapo caliente. Con la mano que le quedaba libre intentaba organizar la comida: -¡Mija, no ve que su padre tiene hambre! ¡Haga el favor de cortar las papas! ¿Y Usted que hace ahí parado? ¡Vaya inmediatamente a hacerle compañía!.

El niño, a punto de llorar volvió al comedor, y tomo asiento al lado de su padre. -¡Mijo, déjese de mariconear! ¿Cuándo se va hacer hombre? ¡Vieja, qué pasa con la cena! Pendejos inútiles, qué la parió, uno los trae al mundo y se dan el lujo de lagrimear. Como si no hubiese suficiente por hacer, si te esforzaras no tendrías tiempo para boberías. Parece que te fueras a qubrar cualquier momento, muñequita de porcelana, ¡júa, juá! ¿Te comieron la lengua los ratones? – Francis ya iba por el segundo vaso de vino – mire que yo no muerdo.

Finalmente, Mabel trajo la enorme fuente. Silvia se sentó al lado de Ignacio, y la matrona sirvió la comida. Francis, aún malhumorado, engullía sin respirar, se le escapaban los pedazos de carne por la comisura de los labios. En menos que canta un gallo, había devorado tres generosas porciones. Cuando Mabel se levantó para retirar los platos, puso una mueca de fastidio. Sus hijos tan sólo habían ingerido unos pocos bocados, y ella iba a tener que esperar. La mano le dolía tanto, que estaba desesperada.

- ¿Vieja, qué es esa cosa que tenés colgando? – Al fin Francis había reparado. - No tiene importancia, una pavada en la cocina – Mabel sabía que no había que molestar al marido con tonteras, él no tenía tiempo para sentimentalismos baratos. Sólo le pedía la palabra para que decidiese cosas importantes, o para pedirle dinero para los gastos de la casa.

–Deje, que Nachito anda con ganas de lloriquear, mejor que levante él la mesa, lave los platos, y de un balde en el piso. Le va venir bien. ¿Por qué demorás tanto en terminar de comer?-, miró a su hija y se levantó de la mesa. Silvia estaba tan pálida, que le temblaban las manos. Su hermano no tenía un aspecto mejor, era incapaz de tragar bocado. Los niños terminaron de cenar en silencio. Ignacio hizo un barquito de papel con una servilleta. Apilaron los platos, y prepararon una porción para Gigante, el perro que dormía al fondo, sobraron muchos huesos. Silvia ayudó a Ignacio a retirar las fuentes y los cubiertos.

- Gracias – le dijo Ignacio - ¿Por qué no vas a dormir? Dejá, que yo termino.- Silvia le dio las buenas noches, y subió a su dormitorio. Se miró en el espejo, y buscó el pijama de lana, hacía mucho frío. Se metió en la cama con su muñeca de trapo, y la abrazó muy fuerte. Un ruido en la puerta y el bueno de Francis ya estaba ahí.

Anna Donner © 2007

Siete Velos


I.

“En toda la obra de esta artista, existen dos denominadores comunes: Uso y abuso del color, como sello personal, y además, todos los escenarios son construcciones en el vasto imaginario de la autora. Su estilo es un tanto naif, y sus personajes revelan la incertidumbre de un mundo que aún no comprende con firmeza.” decía un recorte de la sección cultural de algún periódico de renombre, donde además se destacaban sus datos biográficos, y una visión general acerca de su obra.

“Visión general” eran las palabras que había utilizado el cronista, pero pensándolo bien me digo que debería de haber escrito “visión particular”, puesto que esa una opinión, en todo caso sólo la suya, y su opinión no son todas las opiniones, salvo que ese cronista sea un egocéntrico y crea que todo gira en torno a su pensar y su sentir, puesto que los hay; los hay. El generalizar en todo caso, me resulta una tarea un tanto simplista, puesto que estaría reduciendo al colectivo humano, con mil y un identidades diferentes, a una masa informe en la cual nadie sobresaldría por sí mismo.

Podría darse el caso, entonces, que este cronista devenido en crítico de arte sea un egocéntrico. Aunque, no estaría mal que fuera un egocéntrico. Pero este crítico de arte parece ser, un ególatra. Es que ser egocéntrico, tan mal no está, reflexiono, al fin y al cabo yo soy el centro de MI mundo. Y así debe de ser. Pero el ególatra cree que el es el centro del mundo de Todos. Ahí incurre en un error.

II.

Lo cierto es que acá estoy yo, por entrar a la muestra de la artista en cuestión, veré su obra y decidiré si me gusta o no, la analizaré como me plazca. Y quizá coincida con el crítico de arte del periódico. Pero quizá discrepe completamente.

Comienzo mi recorrido. Tiene razón el crítico, los colores atrapan por completo, pero ¿acaso hay algo más maravilloso que cada lienzo sea un universo de colores? “Lo que pasa es que un cuadro tan colorido no vende”- reflexiono ahora, y pienso que quizá la crítica de ese señor estaría destinada a un público consumista. Cierra bastante, esto último – me digo. – Pero el arte no se consume, se siente – este es el error en el que incurren aquellos que caen en el rigor de pintar lo que la gente quiera ver, escribir la novela que a la gente le va a encantar. Eso es un esfuerzo, el artista debe hacer lo que siente. Ese es el verdadero arte. El otro es un (no sé pero no es arte en sí mismo).

Lo cierto es que esta pintura utiliza el color como recurso, y son combinaciones que aunque estridentes, se equilibran, opuestos con complementarios. También es una característica de estas obras la ausencia de la perspectiva perfecta, ella usa la perspectiva como un collage de planos y dimensiones.

III

“Siete Velos: Amira, Raquel, Leah, Simona, Celeste, Wash, Ana.”

Siete Velos. Es la última obra del recorrido. Debo alejarme a una distancia prudencial, porque las dimensiones de la obra son muy grandes, para poder apreciar la composición en su conjunto.

Siete velos, siete mujeres veladas, algunas simbólicamente y otras literalmente. Como Amira, que está representada por un velo verde, y bajo el mismo se asoman unos rizos. Hay una fogata, pero no me doy cuenta en donde está situada. Porque aparece otra mujer, atada a un poste, con un sambenito amarillo, propio de las condenadas a la hoguera. Sobre ella, hay distintos símbolos: Una Menorah, un Sion, una cruz y una svástica. Sobre la cruz un montón de ángeles señalando a esas mujeres, como apiadándose de lo que quizá estaría por ocurrirles. Luego, la figura de inconfundible del hombre morocho de bigotito negro, y unas letras dispersas que formaban las palabras “Mi lucha”. Luego, el símbolo del feminismo, con una tachadura en pinceladas de sangre, órganos sexuales masculinos y femeninos también destinados a esa gran hoguera.

Me quedé absorta mirando las escenas, y los objetos, y una palabra me resonaba: “Represión”. Sin duda, ese lienzo era la represión en su forma más demoníaca. Siete mujeres reprimidas, por distintas causas, en diversas eras históricas.

Indudablemente para mí, esta es una obra que Denuncia. Quizá ese fue el sentido que la pintora quiso dar a Siete Velos.

Los efectos estaban muy bien logrados, eran las mujeres, en medio de sus represores, en este caso representados por el fuego, la censura, el ser más monstruoso de todos los tiempos, y ellas como desvelándose en ese entorno, tratando de quedar en primer plano, y los represores, cada vez más borroneados y difusos.

Anna Donner © 2009
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