La Era de la Ingenuidad.


I.

La profesora hablaba mientras yo llenaba de corazones las páginas de mis cuadernos.

Obviamente, con el nombre del amor ensoñado de turno.
Eran tiempos de volares, no teníamos preocupaciones mundanas, como calcular el precio del litro de leche, o apresurarnos para rendir en el empleo.
En la Era de la Ingenuidad teníamos todo el tiempo del mundo.
La única “responsabilidad” era estudiar para los escritos, y yo lo hacía más o menos, es que era inteligente, y aplicaba la “Ley del Mínimo Esfuerzo”.
Esto me dejaba todo el tiempo del mundo para soñar con castillos y príncipes encantados.
Mirábamos el cielo desde la azotea de la casa de mi mejor amiga, y un porvenir virgen nos aguardaba.
Filosofábamos acerca de nuestro futuro, pero sin la angustia existencial que trae la madurez, sino que lo concebíamos ensoñado con la ingenuidad de la etapa que atravesábamos.
Por supuesto que creíamos que el “Ser Feliz” era reductible a tener El Novio, luego casarse, tener hijos, y comer perdices.

II.
A pesar de crecer entre cuentos de hadas fui la menos ingenua de mi grupo de amigas.
Ya vaticinaba entonces, que era más lindo probar varios príncipes antes de elegir al definitivo.
Lo cierto es que tuve unos cuantos novios.
Claro que en esa época no se decía “Amigo con derecho a roce”, ni “Amigovio”.
Todo era formal, solemne.
O quizá eso era fruto de nuestra propia mojigatería.
Yo siempre tenía un abanico de posibilidades.
La Madre Naturaleza me había otorgado la Gracia de nacer Linda.
Quizá, pecaría de soberbia, pero debo de reconocer que yo era Linda pero de las más lindas.
Tenía varios atributos que las demás no.
En primer lugar, mis ojos celestes, en ese entonces miopes, pero guardados tras unas lentes de contacto de mucho aumento.
En segundo lugar pelo largo y rulos naturales, en tiempos donde se usaba “La Permanente”. Mientras todas mis amigas terminaban en el salón de belleza quemándose el pelo yo, venía enrulada de fábrica.
Otro de mis puntos fuertes eran mis labios, y sonrisa.
También mis facciones delicadas.
Todo eso hacía que cada vez que yo iba a un baile o a un grupo, todos querían ser mis amigos, con la secreta esperanza de convertirse en mis novios, pero cuando veían que no serían elegidos, desistían.
Yo disfrutaba de esa especie de sitial de honor.

III.
Yo ya iba por el segundo o tercer novio, y ya me había dado el lujo de dejar a quien mucho me amaba junto con sus planes de nuestro futuro casamiento.
Era la época de ingreso a la universidad, época de muchos cambios, veranos completos estudiando a Le Corbusier, Frank Lloyd Right, Fresnedo, Villamajó, Cravoto.
Mi madre nos traía café con crema, una excentricidad que nos ayudaba a pasar jornadas de diez horas con mi compañera de estudios.
Ese fue mi primer año de “soltería” luego de mi noviazgo formal, que había durado un año y medio.
Yo quería disfrutar de la vida.

IV.
Un día fuimos con otras amigas a un baile en el Templo de la calle Buenos Aires. A estas alturas, yo ya había concurrido a varios eventos similares. Y siempre rechazaba a los infortunados que me pedían para bailar.
Porque en esas épocas lejanas, una mujer no salía a bailar si no era invitada por un hombre.
Las había que no podían pisar la pista de baile en toda la noche por culpa de esos desgraciados, era un método muy injusto.
Claro que yo estaba exenta de esos avatares, dado que pertenecía a la casta de “Las Lindas”.
Esa noche ya me la imaginaba espantando pesados, porque estos hombres a veces insistían, y se ponían bien pesados cuando de repente se hizo silencio.
Alguien cantaba en el escenario.
Ya en esas eras pretéritas yo tenía cierta predilección por los espíritus artísticos, podían ser músicos, poetas o cantantes, ese era mi “target”.
El cantante (Jazán) no estaba mal. No era muy alto, era morocho, y dueño de una voz seductoramente grave.
Entonces me dije que con ese hombre podría hacer una excepción y aceptarle una invitación a bailar, en caso de que sucediese.

V.
La actuación terminó y el Jazán se acercó a nuestro grupo. Yo, que no me caracterizaba precisamente por mis dotes de simpatía, hice un esfuerzo, y cuando nos habló, participé de la conversación.
Como yo ya había vaticinado, me invitó a bailar, a lo cual respondí “SI”.
Era mi primer novio artista, supongo que eso le dio un toque de Divina Gracia a él.
Comenzamos a salir, y nos pusimos de novios.
Yo vivía mi primer enamoramiento de los muchos más que sucederían en mi vida.
El primer enamoramiento me tenía en las nubes.
Soñaba despierta.
Pensaba en él todo el tiempo.
Íbamos a reuniones de grupo.
El me cortejaba.
Por supuesto, hubo presentación a mis padres.
Era la primera vez que me enamoraba así, poniendo los ojos bobos.
Iba a la facultad y lo veía en el patio, en los talleres, en las clases.
Era feliz.

VI.
Llevábamos algo más de mes y medio de noviazgo cuando un día el Jazán me dijo que teníamos que hablar.
Si yo hubiese prestado atención, habría percibido su ceño fruncido.
Pero lo cierto es que estaba presa de tal embelesamiento e ingenuidad, que no presentí la tragedia que se venía.
Nos sentamos en un café, y entonces, vino la bomba. Peor que la de Hiroshima, peor que la de Nagasaki.
-Ahora que Esther dejó con Elías, me voy a arreglar con ella- fue todo lo que dijo.
-Como ella estaba con Elías, yo no tenía esperanzas, pero ahora, vamos a empezar algo juntos. – culminó su discurso.
Así lo dijo.
Con total desparpajo.
Sin movérsele un pelo.
Yo quedé estupefacta.
¡Había jugado conmigo!
¿Y para qué se había molestado en ser tan formal entonces?
Si yo hubiera sido una transa, todavía. Pero el Jazán se había mostrado orgulloso conmigo, me había presentado a sus amigos, había ido a conocer a mis padres.

VII.
Pasaban los días y yo permanecía incrédula ante lo sucedido.
Era tan inentendible la actitud del Jazán.
Yo no tenía ganas de reír, ni de salir.
Necesitaba que alguien me explicara lo sucedido, puesto que en mi lógico razonamiento, no cerraba el que si yo hubiese sido una transa para el Jazán, se hubiera tomado la molestia de cortejarme, de conocer a mi familia.
Es más, nunca llegamos a tener sexo.
Esta vez me había tocado a mí, ser la abandonada. (Es que a todos nos toca, tarde o temprano.)
Pero lo que me desvelaba era su comportamiento tan extraño.
Como espíritu lógico que soy, esto no me cerraba por ningún lado.
En esos días, el Sheliaj (líder) del grupo y su mejor amigo, me había ofrecido varias veces conversar conmigo para consolarme. Yo no me decidía, pero una tarde me dije que no tenía nada que perder y el Sheliaj me invitó a su casa.

VIII.
Eran las dos de la tarde, cuando toqué timbre en su departamento. No era la primera vez que iba allí, con mis amigas habíamos concurrido en otra oportunidad, así que estaba totalmente tranquila. Además, el Sheliaj estaba casado.
Él era gordo, y feo, además como todos los sabras, no usaba antisudoral, sin embargo estaba casado con una mujer hermosa, una rubia de pelo lacio y ojos claros. Nosotras no entendíamos qué le habría visto esa mujer al Sheliaj, pero una vez más se cumplía la premisa: el amor es ciego y sordo.
El Sheliaj me abrió y me invitó a pasar. Al preguntarle por su esposa, me dijo que ella había salido.
El Sheliaj empezó la conversación, diciéndome cuánto comprendía mi sufrimiento, que a mí se me había visto muy enamorada del Jazán.
Pero no era eso lo que yo quería oír.
Quería una razón de peso que me justificara su nefasto comportamiento.
El Sheliaj me dijo que no tenía la menor idea.
De repente una pregunta de su parte me sorprendió:
-¿Querés que te ayude a recuperarlo?

IX.
Supongo que mi estado de abombamiento no me permitió evaluar con lucidez esa pregunta. Lo cierto es que, impropio de mí, le di la tonta respuesta de “Sí”.
-Bueno- dijo el Sheliaj- para que yo te pueda ayudar a recuperar al Jazán tengo que saber cómo lo besabas.
Entonces, en ese momento, a pesar de mi letargo, caí en la cuenta de que algo no estaba bien.
-¿Cómo?- le dije.
-Sí- dijo el Sheliaj- para que yo te pueda ayudar tengo que saber cómo lo besabas.
-No te entiendo- respondí.
Entonces, cuando quise acordar, tenía próximo a mí, ese cuerpo oloroso, ese rostro que de pronto se había transformado en un monstruo, ese aliento putrefacto.
El Sheliaj había acercado su cara a la mía.
-¡Pará!- le dije. -¿Qué hacés?
-Si querés que te ayude- me dijo el Sheliaj – me tenés que besar a mí, para que yo sepa cómo besabas al Jazán. Si no me besás, no te voy a poder ayudar.
Dentro de mi estúpida ingenuidad, me daba cuenta qué estaba ocurriendo. Ese sabra inmundo se quería abusar de mí, ¿qué creía? ¿subestimaba mi inteligencia?
-Me voy ya mismo – le dije.
Aún se atrevió e insistió una vez más.
-Es sólo un beso- dijo.
Esa frase me dio asco.
¿Y si no me dejaba salir?
¿Y si trancaba la puerta?
Agarré mis cosas, y salí, por suerte el Sheliaj no cerró la puerta, y ya en la calle, me alejé corriendo del lugar.

X.
Ninguna de mis amigas me creyó. El Sheliaj era una alta autoridad en la Organización, y yo una ingenua tonta abandonada.
No tenía la más mínima posibilidad de que me creyeran a mí. El Sheliaj era una figura de mucho poder.
Yo tuve suerte porque me dejó salir.
¿Pero si no lo hubiera hecho?
¿Y si me hubiera violado?
¿Acaso alguien me habría creído?
¿A cuántas otras ingenuas abombadas sometería este crápula a diario?

XI.
Lo cierto es que ese ser vil y repugnante ascendió, Y sigue siendo más que líder de organizaciones.
Me pregunto ahora, luego de veinte años, cuántos más existen, execrables más como él, ocupando sitiales de poder, lo cual les otorga una impunidad absoluta.
Pero al menos, los años me dieron la respuesta que buscaba.
-El Jazán creyó que vos eras hija de los Cohen que tenían la fábrica de lencería.
En la actualidad, el Jazán se fugó a Panamá, dejando a Esther con dos hijos. Esther es hija de los Perelmann de la fábrica textil.
De más está decir, la textil de los Perelmann quebró hace algunos años.
Anna Donner Rybak ©2010
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