SIMONE II


Segundo Acto
El segundo sexo: un Otro.

Yo estaba entre los estudiantes más destacados. Era vehemente cuando expresaba mis opiniones y filosa en la polémica. Los varones me buscaban y se enorgullecían de mi amistad.

Un día, René Maheu, que formaba con Paul Nizan y Jean Paul Sartre un trío inseparable, me entregó un dibujo que Sartre había hecho para mi. Me hice amiga suya, y me habló de la Cosmología eugénica, que había compuesto a partir de un personaje de Cocteau.

"La casta superior es la de los Eugenios, está formada por Sócrates, por Descartes, y en la actualidad por Nizan, Sarte y yo. Luego están los Marranos, que nadan en el infinito y los Mortimer, que nadan en el azul. Usted está ubicada entre las mujeres humosas, que tienen un destino. También hay animales metafísicos: el catoblepas, que se come los pies, el catoborix, que se expresa con borborigmos, y casi todos los colaboradores de la Nouvelle Revue Francaise. Se lo digo, Simone, todo pensamiento de orden es una tristeza insoportable. El Eugenio trata de hacer de su vida un objeto original y alcanzar cierta comprensión de lo que es único. Usted pierde su tiempo con gente que no vale la pena. Me pregunto qué lugar queda para mí en medio de la banda que la rodea. Usted es un castor. Los castores andan en banda y tienen espíritu constructivo. Sartre quiere conocerla."

Me sumo a "Los compañeros"

Comprendí rápidamente que Sartre los aventajaba a todos en sus conocimientos.

SARTRE SE CORRESPOPNDIA EXACTAMENTE CON EI IDEAL QUE ME HABÍA HECHO A LOS QUINCE AÑOS. ERA UN ALMA GEMELA EN LA QUE ENCONTRÉ, INCANDESCENTES, TODAS MIS PASIONES.

Deshacíamos todos los idealismos, nos burlábamos de las almas nobles, de todas las almas y los estados de ánimo, de la vida interior, del misterio, de las elites. Planteábamos que los hombres no eran espíritus sino cuerpos prisioneros de sus necesidades, arrojados en una aventura brutal.

Cuando conocí a Sartre, él ya tenía esbozadas las ideas que estructurarían su obra filosófica. Me sentí por primera vez en inferioridad de condiciones. Sartre apoyó mi proyecto de escribir, pero yo descubrí que la novela que estaba haciendo presentaba mil problemas en los que no había pensado. Los demás tenían más claro como encararían sus obras; yo tomé conciencia de que mi camino recién se iniciaba. Fue la primera vez en mi vida en que me sentí intelectualmente imferior a persona alguna.

En otoño de 1929 Sartre y yo formulamos nuestro compromiso del Carrousel. Sartre no tenía vocación por la monogamia. No pensaba renunciar a la diversidad.

"El nuestro es un amor necesario. Conviene que conozcamos también amores contingentes".

El pacto incluía la transparencia,nos contaríamos todo, incluyendo los amores "contingentes".

Mi misión era tomar conciencia del esplendor de la vida. Tenía que escribir ese esplendor para rescatarlo de la nada. Sartre vivía para escribir, él quería testimoniar todas las cosas, exponerlas. Nos parecía inevitable que cada uno de nosotros cumplera su misión. Escribir, crear. Nos atrevíamos a esa aventura creyéndonos dueños absolutos de nosotros mismos.
...
Poco quedaba de mi solitaria adolescencia: tenía muchos amigos y la relación amorosa con Sartre tomaba diversas formas. Había tenido mi primer "amor contingente", Jacques Bost, discípulo de Sartre.

"Me acosté con el pequeño Bost hace tres días. Fui yo la que se lo propuso, por supuesto. Tu castor. "

Sartre aceptó, era parte del pacto.
Muchos hombres me hicieron comprender que era atractiva.
...
En mi juventud había sido dominada por dos preocupaciones: vivir intensamente y realizar mi vocación de escritora. Mi empresa Había sido mi propia vida. Tenía dos propósitos: ser dichosa y entregarme al mundo a través de mi obra. Era feliz gracias a mi relación con Sartre de modo que sólo me preocupé por tener una experiencia de vida lo más rica posible. Veía cosas insospechadas y las investigaba con tenacidada: la cultura, las gentes, el mundo.

Queríamos ver todo por vez primera, descubrir, inventar. Ya habíamos inventado nuestra relación y nuestra libertad.

"El hombre debe ser creado de nuevo"-"Un día la gente se sacudirá su esclerosis e inventará su vida, como nosotros hacemos ahora".

EL SEGUNDO SEXO

La idea de escribir "El segundo sexo" surgió por casualidad. Quería escribir una novela de sobre mí misma, y me dí cuenta de que para hacerlo debía indagar sobre la condición femenina.
Comencé mi investigación en octubre de 1946. Hice un ensayo sobre los mitos que los hombres habían creado acerca de la mujer a través de las cosmologías, las religiones, las ideologías y la literatura.

Mi tesis central era de una audacia infinita. Afirmaba que la mujer es el otro de la cultura y que esto era así por la opresión de los hombres sobre las mujeres, y que el universal era masculino.

Era extraño y estimulante descubrir a los cuarenta años un aspecto del mundo que hería mi vista y antes yo no veía. Pero Sartre me decía que debía agregar la historia y también las bases fisiológicas de la diferencia entre el hombre y la mujer.

¿Qué quería decir ser "el otro"?

El sometimiento de la mujer se iniciaba en una operación de la conciencia. El sujeto (hombre) se definía a sí mismo separándose de lo Otro. Así quedaban dos términos formados: el Sujeto, que es libre y el Otro, considerado como un objeto. Lo que definió la situación de la mujer es que se descubrió y se eligió en un mundo donde los hombres le imponían que se asumiera como el Otro.- "Todo conjunto humano incluye a un otro¿Cómo se supera esa situación?"- me preguntaban.
Cuando el Otro era un sujeto, luchaba para lograr la reciprocidad. Así era como se llegaría a la verdadera situación de alteridad.

La fórmula de la relación de la alteridad entre el hombre y la mujer, sería que la mujer fuera Otro, era diferente, pero también era un sujeto. La mujer era libre y se realizaba en su proyecto.

¿Qué problemas trataban "El segundo sexo"?

Cada vez estaba más sesgura de que la mujer no nacía, sino que se hacía. Había revisado todas las teorías de cada disciplina para evaluar qué aportaban al problema de la mujer. Y conclluí que sobre ella no pesaba ningún destino, ya fuera fisiológico, psicológico o económico. La mujer podía ser tan autómata como el hombre.

Seguí el consejo de Sartre y me sumergí en los libros de fisiología y de historia. Hice un inventario de todo lo que había aparecido en psicología y sociología. No me limité a una compilación. los prejuicios de los investigadores, mujeres y hombres aparecían con toda claridad. Me dediqué a reestablecer "los hechos"; discriminándolos de los preconceptos.
Antes se adjudicaba la diferencia entre el hombre y la mujer a su función diferente en la fecundación. pero ahora la biología establecía que los organismos machos y hembras no eran diferentes. Por el contrario, eran simétricos y complementarios.

Cuando recorrí los grados de la escala anaimal, noté que la vida se individualizaba de abajo hacia arriba. En las especies más primitivas la vida se empleaba para el mantenimiento de la especie, mientras que en las más desarrolladas aparecían los individuos singulares. La vida adoptaba las formas más complejas y se individualizaba en los mamíferos.
La separación de los dos momentos vitales, mantener y crear se realizaba de una manera terminante en los mamíferos: la madre tenía con la cría relaciones sumamente estrechas (matenía la vida) y el padre se desentendía de ellas (se dedicaba a crear).
Todo el organismo de la hembra estaba adaptado a "la servidumbre de la maternidad". La iniciativa sexual quedaba en manos del macho.
La hembra era prisionera de la especie.

La vida entera de la hembra estaba regulada por un ciclo sexual que estaba ligado al celo. Era el ciclo del estro.
La hembra era pasiva cuando estaba en celo. Era tomada por el macho. El la inmovilizaba y realizaba los movimientos activos del coito. La penetraba: tenía que vencer una resistencia. La hembra aparecía como una interioridad violada.
La hembra sufría el coito, que la separaba de sí misma por la penetración y la fecundación interna. La aventura sexual era vivida por ella como una experiencia interior y no como una relación con el mundo y con el otro.
La diferencia fundamental entre el macho y la hembra mamíferos consistía que para el macho , en el mismo momento en el que su vida trascendía en Otro, el espermatozoide se desprendía de su cuerpo. El proceso de la hembra era inverso: el óvulo había empezado a separarse de ella cuando se desprendía del folículo, pero penetrado por una célula extraña se instalaba en el útero.
Entre los mamíferos, el macho luchaba por su autonomía. Era más grande, más rápido y más aventurero. Su vida era más independiente, sus actividades eran más libres. Era siempre el que mandaba en las sociedades animales. La hembra, en cambio no se afirmaba en su individualidad. No se oponía a los machos ni a las otras hembras. Aceptaba sin elegir, al primer macho que aparecía.

La individualidad de la hembra estaba frenada por el interés de la especie. Perecía poseída por potencias extrañas.

A medida que era mayor la individualidad, la oposición entre los sexos se acentuaba. El macho diversificaba sus actividades.
En la hembra se agudizaba el conflicto entre sus propios intereses y los de las fuerzas generadoras que la habitaban. Esto se expresaba en que el parto era más difícil y peligroso.
La mujer era la más individualizada de las hembras y también era la más frágil, la que vivía más dramáticamente su destino y la que se distinguía más profundamente de su macho.

Entre la pubertad y la menopausia se desarrollaba en la mujer el complejo proceso de la menstruación, que conmocionaba su organismo. Casi todas las mujeres sufrían turbaciones durante ese período, provocadas por la inestabilidad de la hipófisis y de la tiroides: gran fragilidad nerviosa, cefaleas.
Durante la menstruación la mujer experimentaba del modo más penoso, que su cuerpo era una cosa oscura y extraña.
La mujer, como el hombre era su cuerpo. Pero su cuerpo era distinto de ella.
La gestación era un trabajo que no ofrecía a la mujer ningún beneficio individual, pero que le exigía sacrificios notorios. En los primeros meses solía tener falta de apetito y vómitos.

El mismo parto era doloroso y peligroso. Así se manifestaba la rebelión del organismo contra la especie.

En esa crisis se veía que el cuerpo no siempre satisfacía a la especie y al individuo a la vez. Podía suceder que el niño muriera , o que al nacer matase a su madre.

"¿A quién salvamos? ¿Al niño o a la madre? - Salve al niño."

La lacancia también era una agotadora servidumbre. La subida de la leche era dolorosa y traía fiebre. La madre alimentaba al niño a costa de sus propias fuerzas.

Las mujeres encerraban dentro de sí un elemento hostil, era la especie.

El ciclo generador concluía por medio de una crisis también dificil: la menopausia.

El organismo femenino tenía una inestabilidad que no presentaban los varones, había alteraciones en la fijación del calcio y fenómenos nerviosos.

El conflicto especie-individuo daba al cuerpo femenino una fragilidad inquietante.

En ninguna hembra la esclavitud del organismo a la función reproductora era tan fuerte y rechazada como en la mujer: la crisis de la pubertad, y la menopausia, la maldición menstrual, el embarazo largo y difícil, los partos riesgosos.

Su destino se volvía más pesado cuanto más se rebelaba contra él al afirmar su individualidad. El macho, en comparación, aparecía como un privilegiado. Su vida genital no se oponía a su existencia personal. Se desarrollaba de manera continua, sin crisis y sin accidentes.

La debilidad, la inestabilidad, la falta de control y la fragilidad relativas de la mujer eran hechos que provocaba que su aprehensión del mundo fuera más limitada. Y que también tuviera menos firmeza y perseverancia en sus proyectos. Y era menos capaz de realizarse.

Su vida individual era menos rica que la del hombre.

El inmenso progrreso realizado por el psicoanálisis consistía en considerar que todos los factores de la vida psíquica tuvieran un sentido, un sentido humano. En concreto, no existía el cuerpo tal como lo describían los sabios, sino el cuerpo vivido por el sujeto.

La naturaleza no definía a la mujer. Era ella quien se definía a sí misma. Ella recreaba su naturaleza femenina a través de su afectividad y de sus vivencias.

La mujer era una hembra en la medida en que se experimentara como hembra.

Fuente: Simone de Beauvoir para principiantes (Analía Efrón, Luis Roca).

Anna Donner Rybak © 2011

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