El Interludio con la Muerte.


Sara lloraba aquel shabatt a la tarde. El té caliente, el lecaj esponjoso, y aquellas canciones, que le significaban una suerte de desgracia o de evocación; un coro había ido a cantar al Hogar. El escenario había sido preparado en el Comedor, para la hora de la merienda.

Sara tenía grabados a fuego los instantes, las personas, las cosas y un número en su brazo derecho. No había podido secarse las lágrimas desde que Mamá se despidió aquel día de ella, porque se iba a tomar una ducha caliente, ¡si hasta le habían regalado el jabón! Mamá no había vuelto esa noche a su litera. El Yeide Boris y la Bobe Maia habían sido apartados a la columna de la derecha, apenas habían bajado del destartalado vagón, en medio de los vapores de amoníaco producto de las heces de los pasajeros.

Sin embargo, aquellos monstruos habían descubierto cuán útil podría serles Sara, dueña de la voz más dulce y armoniosa. Estaba escrito en El Destino. Herr Gobin la eligió para formar parte de aquella Banda, que entonaba el lírico cantar para entretener a los niños y a los ancianos, mientras hacían fila, ya sin la ropa, casi muertos por el frío helado de aquel fatídico invierno.

¡Un gesto muy noble por parte de Herr Gobin, que seguramente el Oberführer Von Kassler reconocería con agrado! Para la próxima visita del Oberführer , Herr Gobin debía elevar un informe caratulado “Centros de Desintoxicación y Salud”, ante los requerimientos de los Organismos Internacionales. Herr Gobin deseaba tanto conmoverlo enumerandole las múltiples actividades cooperativas; las cuales podían elegir los internados: desde formar parte de La Banda, hasta elaborar artesanías en oro. Herr Gobin los seleccionaba para trabajar bajo las instrucciones de Saúl, maestro orfebre pues la "materia prima" que provenía de las piezas dentales de los cadáveres debía ser elaborada, y los plazos eran urgentes.

A los 97, Sara conservaba una lucidez que le revelaba Esa sucesión de imágenes, banco de datos donde buscaba, y encontraba.

La voz de Sara había sido la herramienta que le permitió trascender a los suyos.

¡Alguien debía contar lo sucedido!,
¡Alguien debía castigar a los culpables!,
¡Necesitaba vivir al menos como único testigo!.

Pero los juicios de Nüremberg, sólo cumplieron con el protocolo de las formalidades necesarias. El resto, se refugió en las montañas de la idílica Bariloche. Se les dio indulto y asilo a los criminales de guerra.

La Argentina les regalaba la evocación de los picos del Tirol, mientras saboreaban su strudel, ¡indudablemente se sentian en casa!.

Eva era una mujer muy agradecida con los hombres que le obsequiaban alhajas.

¡Cambiaron sus rostros!,
¡Borraron las huellas!,
estos criminales quedaron impunes.

Un comando israelí solamente atrapó a Uno, que fue enjuiciado bajo las leyes de la Torah, en la Tierra Prometida.

Aquella tarde, Sara pidió un minuto de atención al auditorio; no pudo evitar a LA memoria. Cerró los ojos, y le brotaron del fondo de alma, las tres canciones que Papá le cantaba a la noche, mientras Mamá horneaba el lecaj, y el Yeide Boris arreglaba los zapatos.

Sara conservaba su voz intacta a las intermitencias
Del tiempo
y
De la muerte.

Anna Donner Rybak versión © 2011
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