Semitamor.


Said pasaba las tardes de su infancia, jugando con sus primas, en las calles polvorientas de Ramlé, leyendo la borra del café. Su padre le vaticinaba un porvenir próspero, enviándolo a cursar sus estudios superiores en alguna universidad del Imperio, solo así absorbería las occidentalidades.

Said tenía ojos marrones, y una mirada penetrante. El ceño fruncido, una expresión como de siempre enojado, o a veces triste, una mirada de dolor.

Nuevos vecinos habían comenzado a afianzarse en territorios fangosos linderos. Nadie entendía cómo dormían en medio de los humedales. Todos los días intentaban limpiar la tierra, trabajaban a cambio de casa y comida.

Lo que Said no sabía, era que ellos habían sobrevivido de las cloacas del gueto, o habían sido arrojados al mundo en un destartalado navío en alta mar. Said no sabía que antes de entrar en Palestina aguardaban en aquellos navíos hacinados, varios morían esperando La Señal para poder burlar a la guardia británica, que en absoluto les permitía el ingreso legal. Pero ellos debían sobrevivir a cualquier costo, de modo que hacían su entrada a Tierra Santa a la noche por mar por la bahía de Haifa el día señalado, y estaban a salvo una vez que pisaban aquellas tierras.

Las culturas semitas fueron devastadas por los intereses de quienes se disputaban aquella tierra. Unos y otros se encargaban de destilar su veneno. Los Conquistadores, otrora en la piel de los ejércitos de las legiones de Roma, otrora en los infames reyes católicos que los expulsaron de Serafad bajo pena de muerte, otrora en los frailes delatores, que o en Europa o en Sudamérica al detectar alguno lo denunciaba al Santo Oficio y era quemado en las hogueras santas, otrora los adoradores de la esvástica, que los ahogaron con Ciclón B en cámaras con ingeniería diseñadas para que mil murieran en un segundo, se vaciaran y otros mil murieran, porque los adoradores de la esvástica querían borrarlos de la faz del mundo mientras por lo suyo hacía la monarquía británica.

Ninguno reparaba en los deseos de estos semitas, ni en el origen y la semejanza de las culturas árabe y judía, en los ojos almendra, en el aroma de los olivos, en la historia de la reina de Saba. Sin embargo envidiaban su milenaria sabiduría, cosa que los hidalgos dentro de los yelmos de plata no poseían, ellos sólo conocían el leguaje de la barbarie asesina.

Chocaron a las culturas, combustión que beneficiaría para siempre sus intereses capitalistas, el único alimento de los poderosos. Bastardeando raíces, generando refugiados de uno y otro lado.

Cuando Said se hizo hombre y vio el mundo, y se le fueron las ganas de reír. Sus semejantes estaban poseídos por un odio desconocido. La calle de su infancia había desaparecido, y su amigo Ahmed estaba consustanciado con los propósitos de unir a todas las hermandades del Islam en el paraíso.Said se debatía, sin embargo Ahmed renovaba en él sus deseos de venganza. Said tenía un puñal en la mano.

Eva adoraba a Said desde que tiene memoria.

Said se había enamorado de Eva cuando tenía nueve años, y ella doce, el día que la vio acompañada de su padre León, de visita a Ramlé desde Yerushalaim.

Se había encandilado con sus ojos azules y su pelo dorado, la quería proteger para siempre de todos los peligros del mundo, con su espada filosa. De grande, quería casarse con ella, y que todos sus hijos tuviesen un ojo celeste y otro marrón, cabellos dorados y miel.

Pero el día que Said se fue de Ramlé, todo cambió para siempre. Toda su familia vivía en campamentos de refugiados, hacinados, había hambre pero no comida. Said no soportaba ver a sus padres padeciendo aquellas miserias. Un Hombre Bueno habló con él y le dijo que podía hacer algo por ellos aniquilando a quienes les habían robado su casa. El Hombre Bueno le explicó a Said que aquello era el acto más sublime de valentía y de reivindicación a todos los padecimientos y los refugiados. El pasaría a a ser Un Mártir, y además, le explicó el Hombre Bueno, cuando tirara de la la cinta del cinturón explosivo, inmediatamente él comenzaría a ascender al Paraíso, pero habiendo matado una enorme cantidad de ladrones usurpadores, y cuantos más fueran los muertos la gracia de Alá sería mayor, su heroísmo también, al llegar a destino, siete doncellas lo recibirían, y así haría justicia.

Said nunca había olvidado a Eva. Pero ahora no podía discernir si la amaba o la odiaba. Lo invadían sentimientos contradictorios. La deseaba y la repudiaba, por su condición de usurpadora. Se despertaba poseído por vapores de sangre y sudor.

Todo estaba minuciosamente planificado. Said había repasado el plan con Ahmed, había memorizado todas las coartadas. El último año, había residido en Argentina, y se había infiltrado en la familia Cohen. Les arrendaba una destartalada buhardilla, les había dicho que se dedicaba a tasar de pinturas y antigüedades, tarea que lo habilitaba a cumplir horarios libres, y poder dedicar sus noches a rezar en dirección a La Meca, deleitándose con Ahmed con las mujeres perfectas de las que ambos dispondrían en el cielo.

Said quería una con los ojos de Eva.

Anna Donner Rybak © 2011
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...